lunes, 26 de diciembre de 2011

Est-ce?

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¿Será? Será que hace frío y yo, y todos los que miramos por la ventana, estamos muertos. Porque no siento los brazos, porque no puedo tocarte y al alcanzar la luz que cuelga sobre mí sólo abro mis ojos, fuertes, como si fueran a explotar para quedarme ciego. Y es que así las cosas, no sé cuándo fue que me permití ser un fantasma, la extensión de mis recuerdos obscuros e inocentes. Si lo supiera, créeme, ya habría buscado la manera de destrozar mis deseos, hundirlos en el fondo del vaso y ahogarlos de aire: hincharles los pulmones (¿tendrán?) hasta que no puedan más, que la sangre se les derrame por dentro. Esperar lenta la muerte: ser libre. Ya lo habría hecho, pero es que yo no sé. Pero quién sabe, ¿no? Hay días en que el sol nos sigue como queriendo buscar un nuevo hogar, porque allá donde está hay millones de muertes rondándole, deseos muertos y sueños dichos sin más esperanza que ser esperanza para quien ya no las tiene y lo dijo asustado, seguro de que no iba a perder nada y perdió el mar, las hojas y el hielo que al derretirse carcome las miradas. Espera: ahora eres polvo, eres la parábola que espera paciente en la iglesia; llegó la hora del ritual sagrado en el que las gallinas y la ostia se conjugan: nace el diablo. Yo blasfemo. Yo vitupero. Yo soy un momento ya vivido, no deseado. Pero ¿será? Será que las lágrimas al cantarse son sal y tú entras. Será que la gente dice que ya se acabó todo, que la fe es un universo paralelo en que la luna no es nueva sino que muere diariamente, que al nacer de nuevo el valle se cubre de sangre y los niños se bañan con las pupilas marinadas en agua hirviendo; y en ese paralelo el aire se abraza a la gravedad, la música entra por los poros y no se puede cantar: sólo gemir triunfalmente, comer lodo y alabar a los cerdos. Abro las manos. Siento tu cabello. Me respiras en la frente: creo que me estoy muriendo, será que ya estamos muertos. Joder con la muerte, siempre la recojo y le acarició el lomo mientras ronronea en mi regazo; alcanzo el platón plateado. Y al abrir la ventana mil muertes más. Joder, joder, joder con la muerte y su presencia aquí a mi lado, para que me la coma, para que la lea desnudo y me dé cuenta de que esa fuerza para ser es el miedo a morir sin oxígeno en el viento, sin oportunidad alguna. Solamente el rumbo desconocido, la cumbre inalcanzable que te habita; abro la boca. ¿Será? Será que ahora que me siento aquí a tu lado y él te penetra mientras observo: soy un espía libidinoso. Aún te amo, cielo mío, princesa mía, amor de mi vida, error más bello, dulzura perdida, virginidad arrebatada, perra triste, gata negada, mujer sin ganas de ser mujer. Aún te quiero, tonta, aún el poco valor que me queda se esconde entre cobijas y abraza su almohada como queriendo fusionarse con ella. El barco se ha ido. Ya no hay chance, espera el siguiente embarque que yo ya me he ido, que tú te levantaste furiosa y miraste a tu alrededor: todo era un rastro, apestaba a reses muertas. ¿Será? Será que fuiste el veneno, que él es el antídoto, que yo soy el pobre enfermo que al salir del consultorio se irá a descansar a su cuarto obscuro. Porque yo no me olvido, valgo más cuando pasan dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve mentiras, nuevas cuentas, nuevos cuentos; pero tú, no lo sé, será que me postergas, que me tomas como hoja en blanco y me apartas para después dibujar un mapa hacia tu clítoris, tomarlo como referencia cuando nadie te busque y la poesía te haya reemplazado (que en realidad jamás has sido más que ella, mi corazoncito azucarado). Ayer me dijo un ave que volara hasta encontrarte, pero me cansé: mi fuerza no eres tú. Pinche muerte: has vuelto acá conmigo. Vámonos. Un paso. Dos pasos. Se abre la puerta, sale mi cuerpo cansado arrastrando el reloj. Gritas y él te toma por la cintura, te recuerda que yo no he sido, que tú sólo serás a su lado. ¿Será? Será que yo no te canté al oído, que ya con mil whiskys encima no te hice llorar de alegría, que yo con mis manos no toqué tu piel inexperta que sucumbió ante mi ego desastroso. Ay, el desastre de los terremotos y el miedo de los polos cada día menos invernales. Ay, el querer pero ya no tener ganas. Ay, ay, ay: me duele. ¿Será? Será que soy el sacrificio para que nadie te haga daño.