martes, 20 de diciembre de 2011

Silencioso el trazo que en tus labios se detiene...

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Silencioso el trazo que en tus labios
se detiene; observa cuesta abajo y la
rama trémula, como carne que al morderla
me recibe, como si me hubiera esperado hace
mucho, viva, conjugada: verbo abierto, me
arrulla. Somos, de repente, la brazada del
náufrago desesperado que sabe va a
morirse bajo las estrellas
tatuadas en tus pupilas; así me contemplas.
Yo no puedo tocarte, porque si te
toco voy a desintegrar el mundo.
¡Al carajo conmigo y sufrir a solas!
Yo explotaré de adentro hacia
fuera y tocaré las sinfonías,
derramaré la tinta hasta 
tener el mar en tus brazos: largos
chopos carbonizados, altos mástiles que
no han sido (ni serán) dibujados.
Entonces me digo: haz el sendero,
camina el minuto que te queda. Y una
mirada lejana se esconde. Lejana. Ahora.

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