jueves, 29 de diciembre de 2011

Un corazón

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Hubo oportunidades, no lo niego, de que dejara de lado el orgullo y acudiera a tu regazo para pedirte perdón llorando. Pero no lo hice porque dejaría de ser el que soy ahora, un hombre ensimismado que se niega a la luz dentro de los cuartos amplios y por consecuencia no cree en las banalidades eternas. También, debo de reconocer, hubo instantes en los que pensé iba a estar a tu lado por siempre, que me dolería el corazón cuando cada quien decidiera partir hacia quién sabe dónde, a un lugar en que nuestra historia ya no sería ni siquiera la insinuación de un mundo, con su mujer y su hombre y su llama infernal dándole vida al oleaje. Sí, creí y ése fue probablemente el error más grande porque al amar no se debe de creer sino sentir y estar seguro: dar los pasos convenciendo a los demás, a sí mismo. ¿Pero qué me dices tú de las oportunidades que te dí? Acepté tus incomprensibles manías con el orden e incluso cambié mi costumbre de alzar los pies sobre la mesa mientras que tú, en cambio, convertiste tus pestañas grandiosas en un ciclón furibundo cada que yo "te faltaba" (del verbo fallar, del verbo "falta de veneración"). Entonces, ¿quién destrozó las cosas? Porque yo en tu pecho escribía de memoria un cuento amargo que al llegar a tus piernas naufragaba de terrible cansancio. El cansancio de dejar en un lugar las toallas mojadas, de aspirar la alfombra cada tres meses y de tener un perro y un gato porque está en los modelos de la perfecta familia sin hijos. Yo soy alérgico a los felinos y no te importó; ahora gracias porque soy adicto a los anti-alergénicos y tú, mil veces desesperada por mi impaciencia al esperarte, me dejaste aquí al perro y al gato que tuvo que irse al día siguiente porque sencillamente no me ayudaba con las lágrimas, la tristeza o al menos a fingir que me quería. Después me enteré que tú no gustabas de los gatos... ¡Entonces por qué carajo lo tuvimos! Pero yo no soy el que era, ahora soy otro que vuelve cada domingo a las florerías porque ahí habita la nueva esperanza de que me vuelva a idiotizar con las caderas amplias y bien formadas que al deslizarse en las persianas inflan de sangre el centro de mi (nuestra) cama. Pero en soledad, ahí, donde queda el orden que por inercia mantengo, están las fotografías y en un rincón que desearía olvidar dónde está ubicado estás tú encuadernada con manos de hoja blanca y un cuerpo de tinta negra: eterno y sin forma... te escribo aleatoriamente:

Constelada mi voz
de invierno. La tierra
congelada suspira
cada risa anhelada...
esta zozobra no existe.

Estos ojos se duermen ante ti, fácil al dormir y tus rumbos terribles. Ahora: abre las piernas que voy a despedirme, pero antes te escribo de nuevo en mis cuentos sobre la piel cuadrada:

La noche se dicta
paso a paso, y en el
hundimiento de sus notas
nace este beso que muere
lejos de tu boca.

Ay, mi corazón... nunca más será el mismo. Esta ciudad nunca más será la misma. Tus labios, muelles podridos, nunca más tocarán a mi puerta... ay, nunca más seré el mismo, ¿verdad?

PD: Extraño al gato.

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