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Gota de luna, piedra incesante
que el viento atrapa en el silencio de la noche, culminas en el punto exacto
donde ya nada orbita, aquí, junto a la execración del ojo: la pupila destrozada
que al amanecer danza y en las horas surge de entre el cielo. Cielo de
estrellas o de cuerpos abandonados que se buscan, de una costilla a otra,
pensando que no hay otro motivo más que el de la necesidad de sí. Pero tú,
luna, te repliegas indiscreta hasta que ya no más; unes lo que nació para ser
solitario. El parpado, la mota del leopardo, el verano, la música incandescente
que al alba se acuesta para extrañarte, luna. Y de pronto un árbol se
interpone. El follaje increíble de los sauces de cristal, los chopos de agua y
el laurel acuarela que dibuja un llorar; gota a gota se iluminan los secretos
que aguardan venturosos tu llegada que rompe y desespera, que romancea y mata y
suscitan apenas sus penas los enamorados nocturnos. Y así, luna, como
luz/espejo destellas, arrullas el enojo de los que saltan estruendosos para
dictar lo que creen es su destino; pero sabemos, sabes y sé, conocemos que el
tiempo no corre, tampoco vuela: tan sólo sucede. Como este momento donde “soy
hombre, duro poco y es enorme la noche”. Como ahora que somos dos, luna, y en
este preciso instante: alguien nos deletrea.
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