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“Una vez que un
cuerpo está en movimiento, se mueve eternamente, a menos que algo se lo impida;
y cualquiera que sea la cosa que impida este movimiento, no podrá extinguirlo
en un instante, sino al cabo de cierto tiempo, y gradualmente.”
-Thomas Hobbes
En materia política existen corrientes
históricas y clásicas que ven en la democracia a un sistema que tiene obvias
deficiencias, sobre todo al ejecutarse el derecho del pueblo a elegir a sus
gobernantes y/o representantes. Las tendencias de la ciencia política surgidas
en nombres como Thomas Hobbes, John Locke y Nicolás Maquiavelo (por mencionar a
algunos), tienen entre sí opiniones divididas que dan de sí para analizarse,
estudiarse y, sobre todo, discutirse.
Thomas Hobbes, filósofo inglés, dijo en su
obra El Leviatán que el hombre era malo por naturaleza; específicamente dijo “Homo homini lupus est”, o que es lo
mismo El hombre es un lobo para el hombre,
lo cual quiere decir que somos nuestro propio depredador, nuestro mismo rival
y, en pocas palabras, causa de nuestros propios males que se derivan de la
maldad natural que Hobbes afirmaba surgía en todos los seres humanos. Es por
eso que, según cree el inglés, nace el Estado como forma de regular nuestras
actitudes ambiciosas… argumento que discierne directamente al de John Locke.
Mientras Hobbes resumía la maldad del hombre
en una locución latina, Locke decía que “Dios
ha creado al hombre como un animal sociable, con la inclinación y bajo la
necesidad de convivir con los seres de su propia especie, y le ha dotado,
además, de lenguaje, para que sea el gran instrumento y lazo común de la
sociedad.”
Locke, empirista inglés, creía que el ser
humano era bueno y que como tal se comportaba en armonía al estar en sociedad.
John decía que por eso la democracia era posible como sistema político ya que
al ser personas buenas que buscaban regularse a sí mismas (a partir de una buena
voluntad inevitable) eran capaces de elegir a sus gobernantes; es decir que el
Estado surgía inevitablemente pero con una esencia benefactora y que en sus
miembros estaba la conciencia de las buenas personas.
En lo que coincidían ambos filósofos
políticos era en el argumento aristotélico del zoon politikon (el hombre es un
animal político) y en que los Estados surgían como reguladores de sociedades.
Hobbes aprobaba la tiranía monárquica como un
efecto natural e inevitable y que impedía que los hombres se aniquilaran entre
sí (el leviatán), mientras que Locke creía que la democracia era posible gracias a que los seres humanos podían convivir armoniosamente y elegir de forma soberana a
sus gobernantes.
¿Hoy en qué argumento vive México? ¿Cuál es
la tendencia de nuestra democracia? ¿Hobbes o Locke?
El año que acaba de comenzar es de vital
importancia para el futuro democrático del país, no sólo porque están en juego
varias presidencias municipales, 6 gubernaturas, la renovación del Congreso de
la Unión y el puesto del Presidente de la República, sino por algo que es la
esencia de todo proceso electoral.
Me refiero a la democracia como tal, como
acto civil (derecho y obligación) de emitir el voto en favor de algún partido o
candidato. Hoy estamos a 6 meses de que las elecciones del domingo 1 de julio
se lleven a cabo y que México decida de qué manera será recordado este año en
el futuro.
Lo digo porque los mexicanos olvidamos rápido
y somos víctimas de un gran conformismo, a tal grado que preferimos estancarnos
en la historia para evitar ver hacia un futuro que, si bien es cierto, hace
años parecía muy distinto del que tenemos ahora el pasado dice que antes era
peor. Vamos a ponerles nombre a los tiempos.
En los tiempos del PRI, la cabeza de las
encuestas de tendencias hacia las elecciones de julio, México era un país que
vivía en la simulación del orden, el respeto y el totalitarismo era el arma de
la “dictadura perfecta”. La economía sufría golpes inflacionarios grotescos y
todas las cloacas criminales que hoy nos agobian, surgieron gracias al gran
aceite que lubricó -y lubrica- (haciendo clara referencia a La Silla del Águila
de Fuentes) el sistema político mexicano: la corrupción. Aceite refinado en las
entrañas presidencialistas del PRI en el poder.
Hubo un momento en el que el sistema no dio
(o no quiso) dar para más. Ernesto Zedillo,
heredero de un país colapsado en materia económica que surtió efecto en
la población que perdió todo cuanto tuvo en una época donde se creía éramos un
país en vías de ser uno de primer mundo, le entregó la banda, las llaves y la
silla por primera vez en más de 70 años (más de siete décadas, más de 27 mil
días) a la oposición. Al PAN que, con el paso de los años en el poder, perdió
sus valores y se hizo parte de un sistema que, también es cierto, dejó de lado
vicios y actitudes pero se remplazaron por otras que no sé qué tanto mal nos
han hecho.
Son muchos los que creen que permitir el
regreso del PRI a Los Pinos a través del ex gobernador del Estado de México,
Enrique Peña Nieto, es volver a un orden que gestionaba los males del país, es
decir, darle la razón a Hobbes. El PRI es el leviatán histórico de los
mexicanos, el que permitió la existencia de figuras como Arturo “el Negro”
Durazo Moreno, Joaquín Hernández Galicia, “La quina”, Fidel Velázquez, Amado
Carrillo, Caro Quintero y un sinfín de
creaciones gracias a la impunidad, el abuso y la corrupción.
Un leviatán que permitió represión en nombres
como Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez. Un leviatán que vio
devaluarse el peso pese a las lágrimas de José López Portillo. Un leviatán dirigido
por Miguel de la Madrid que no supo cómo responder cuando la capital se vio
sacudida en 1985 y que no hizo lo mejor al aplicar el “dedazo” en favor de Carlos
Salinas de Gortari. Un leviatán que cedió las riendas a Vicente Fox… que no
resultó ser el reflejo de la buena voluntad de Locke al pasar de los años.
Sin embargo los procesos son largos y existen
males de los cuales somos participes desde que estos comenzaron a ser parte de
nuestra vida diaria, hasta convertirse en parte de nuestra idiosincrasia. Fue
ahí, en el instante en que nos aceptamos así, en el que cualquiera de las tesis
filosófico-políticas quedaron anuladas.
Hay que decirlo con todas sus letras, y eso
es que el regreso del PRI a Los Pinos es un franco retroceso en la democracia
mexicana así como un golpe directo al sentido común de los mexicanos que,
aparentemente, desconocen o prefieren ignorar la historia del priísimo en nuestro
país. Es verdad que los ya casi 12 años panistas no han sido los mejores pero
se tiene que considerar que dar un paso atrás no debe ser una opción
considerable.
Tal vez la fórmula mediática que hoy mantiene
al PRI en los primeros lugares de tendencias esté surtiendo un efecto hipnótico
en la población. Es probable (mucho) que la trinidad panista de candidatos no
sea convincente; que Santiago Creel da risa cuando sale tomado de la mano de su
esposa aun teniendo hijos fuera del matrimonio, que Josefina Vázquez Mota y
Ernesto Cordero son los favoritos del presidente y eso ya hace que se les
considere dignos de cuestionamiento.
La izquierda quebrada y lastimada que
aparentemente ha entendido de unidad pero que carga con el estigma de 2006
sobre su líder, Andrés Manuel López Obrador, no representa en gran medida una
alternativa como hasta antes de ese julio en el que el Zócalo capitalino fue el
centro de comando para una toma callejera que desquicio al Distrito Federal.
¿Entonces, hacia dónde ir? Hacia una
exigencia civil que haga notar una evolución política al momento de decidir y,
sobre todo, pedir que se cumpla y se haga valer el progreso democrático al que todos
tenemos el derecho y la obligación de participar en él.
La misión es volver a Los Pinos y este año se
cumplirán los tiempos que nos digan cuál será el rumbo a tomarse los próximos
seis años, sin embargo hay que tener plena conciencia de que estamos ante un
momento crítico en el que el país nos necesita como ciudadanos responsables y
que deben de comenzar a revolucionar su pensamiento e ideología. Una revolución
intelectual no sólo está en las artes, sino en los pensamientos y el estilo de
vida: lo que diariamente se hace y dice, una congruencia que en su conjunto
puede evitarnos volver a cuando éramos víctimas de lo que permitimos existiera.
¿Qué opinaría Maquiavelo en estos tiempos? Es
imposible saberlo pero para eso quedó El Príncipe, un libro que hoy día sigue
siendo aplicable para prácticamente cualquier sistema político contemporáneo.
En él se lee que "cuando se conquista por
segunda vez un país que se había rebelado anteriormente es más difícil volverlo
a perder..." y el PRI está tocando fuertemente la puerta. ¿Les vamos a
abrir?
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