viernes, 26 de abril de 2013

Danza


El aire, el agua, los listones sueltos que se aferran a tu cabello, la pausa involuntaria de tus tobillos cuando te alzas para acercarte un poco al cielo; el campo de flores que atestigua un paso a la izquierda, luego otro hacia atrás. Un-dos-tres, un-dos-tres, un-dos-tres. La luz subversiva que corre dentro del ojo hasta disolverse mientras te abres como ciruela: tierna e incontenible en la revolución del dulce goteando bajo los dedos. 

Una danza distraída que trepa murallas sangrientas, un grito ensordecedor a la altura de 1965 en Indonesia. La muerte, resignada a la buena voluntad de tu ritmo, te ronda hasta encerrarte en el espiral que nunca se acaba y que comienza con la fuga de tu aliento; vaho encantado que se promulga todos los días en la misma alameda de tu risas tormentosas que me siguen y despiertan en la madrugada. 

Un-dos-tres, un-dos-tres, un-dos-tres, el silencio de los brazos por donde el polvo se cuela, la sacudida de la inundación que eres al cantar; así te desnudas, con el olor del café recién cortado, con la falda de nubes que tejiste con trozos hurtados en cada salto. El aire, el agua, los pómulos esperándome. Tu sombra destrozada.

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