lunes, 27 de junio de 2011

Deberíamos pedirle perdón al mundo.

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Estoy ahora desde ninguna parte para escribir, nuevamente, sobre absolutamente nada pero tratando de darle una explicación a todo. ¿Qué es todo para mi? Bueno, sin duda alguna debe de ser algo sin embargo no sé a ciencia cierta cuál sea su forma ni cómo podría ser definido. Solo sé que hay un todo. Yo no lo poseo, mucho menos usted que por azar cayó aquí. ¿De qué va este post? De poco en realidad (¿ficción?). Aquí va mi premisa: Pienso vehementemente que deberíamos de pedirle perdón al mundo, darnos un momento en el cual platicaramos honestamente con nuestro alrededor y ofrecerle (pedirlas es como exigir tras el agravio) una sincera, honesta y profunda disculpa. ¿Pero por qué? ¡Porque eres, junto a otros 'tanto mil' millones, su principal depredador! Su némesis y encima de todo vives en él. Y no me refiero exactamente a las faltas a la naturaleza porque todos los días nos da muestras de que sabe cobrarse a la perfección nuestros abusos. Irónicamente es el caos la forma en que se ve manifestada dicha exactitud al momento de "vengarse". Añadido a esto va la ansiedad en que vivimos; sí, la prisa inagotable en la que estamos inmersos. Misma que nos impide deternos para observar por un solo instante (¡tan solo uno!) al cielo o hacia abajo. Sí, abajo. Incluso ahí podemos encontrar una de tantas maravillas que hay en este pedazo de tierra que forma parte del Sistema Solar. Pero no, vivimos apegados a la urgencia y el estrés. Hemos convertido a las necesidades materiales (o capitalistas, neoliberales, whatever) en una extensión de nuestros pensamientos. Inevitablemente esto suprime lo que sentimos. Todo. Sensibilidad, fe, ilusiones, esperanzas... todo (ahora mismo acabo de darle forma a la totalidad de la que hablaba al principio; ¿no son maravillosas las letras, damas y caballeros?). Este siglo, el XXI, es el siglo de las estadísticas, los estudios por parte de quiénsabequé universidad de Estados Unidos o Europa, las pruebas espaciales, los descubrimientos inútiles (¿a usted le interesa saber por qué demonios las mujeres son menos propensas a recibir el impacto de un rayo que los hombres?), y de las impresiones vacías. El arte se ha vuelto obsoleto. La innovación se ha degradado a simple agregación, a mera aplicación de iPod, iPad o MacBook. Nos ha atrapado la tecnología. ¡Ah! ¿No me cree? Nombres como Mark Zuckerberg, Bill Gates o Steve Jobs han suplantado a los líderes intelectuales. Ya no existen los verdaderos ismos, solo la radicalización de las tendencias ideológicas. Radicalización que las eleva (Ok. Degrada.) a lo absurdo. Eso. Justamente eso, amigos míos. Nos hemos vuelto absurdos. ¿Aún se pregunta por qué debemos pedirle perdón al mundo? Aunque tal vez, pensándolo mejor, deberíamos primero de disculparnos a nosotros mismos.

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