sábado, 25 de junio de 2011

Entre realidades y ficciones.

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La vida siempre oscila entre dos extremos. Y así todo lo que en ella nos encontramos. ¿Y qué es lo que buscamos? Siempre, inevitablemente, lo que hay entre esos dos puntos, entre el A y el B. Avanzamos a tientas, tal y como si fuéramos ciegos que caminan entre penumbra e incertidumbre. La mayoría de las veces lo que hay no es más que la representación de nuestros deseos más grandes junto con la materialización de los temores, esos que acuden a las batallas de la mente cuando el tiempo es, hoy y siempre, la deshora del mundo. Así es todo el tiempo, caminamos como si supiéramos hacia dónde nos dirigimos, como si al nacer nos hubiera dicho cuál es el camino a seguir. Pero no sabemos, no somos. Siempre creemos. Solo eso. Creer es la última de las razones, la que tiene que prevalecer porque sin ella ya no hay más. ¿Y si nunca hubo más? Al menos lo creímos, al menos se idealizó en nuestras mentes. Entonces en ese instante existió, ahí fue un algo. Etéreo. Momentáneo. Naïf. Ese espacio que hay entre lo que se quiere ser y lo que se es, entre vida y muerte, entre silencio y orgasmo, es la vida misma. Es lo que ocurre mientras llueve y adentro se enfría el café. La vida es lo que pasa cuando una niña de 13 años es violada. Y lo que pasa es donde nosotros estamos, ahí nos instalamos y a veces sin darnos cuenta es cuando elegimos cómo ser parte de ello. Unos hacen. Otros pretenden hacer. La mayoría cree hacer. Hay quienes se liberan de creencias y se vuelven -¡qué bueno!- seres libérrimos. Y así nació la humanidad. Ahora existe entre el espacio. La humanidad es lo que sucede mientras la vida transcurre, y al mismo tiempo pasa que cada uno de los casi 7 mil millones de habitantes de este mundo cree que es dueño de la vida. Decimos, egoístamente, "mi vida". No. Nunca ha sido nuestra. Nosotros somos parte (o tal vez al creer que ahí estamos) de lo que pasa. Somos la lluvia, la matanza, el fraude, las historias. Historias que buscan más que encontrar. Y casi nunca ocurre esto último.

Yo por eso prefiero pensar que soy, y al ser (mientras pienso), creo. Y esa, amigos míos, es la única realidad más ficticia que puede poseer un ser humano.

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