miércoles, 29 de junio de 2011

Los que no son de aquí.

Póngale play antes de comenzar a leer.

Irse a ninguna parte es dejar atrás lo que algún día se tuvo. Y no me refiero exactamente a lo tangible o lo material, eso tiene poca cabida aquí, en este espacio donde convergen la demanda de la realidad y la oferta de la ficción. Hablo exactamente del abandono que se genera después de irse a quién sabe dónde con la única intención de nada. ¿Por qué nos exiliamos? Creo que nadie tiene esa respuesta pero lo que sí es muy cierto es el hecho de lo hacemos inconscientemente. Estoy seguro. Porque de ser de manera contraria no cometeríamos el suicidio (sí, suicidio) de dejar de tener. ¿Tener qué? Quizá nunca se tuvo nada. ¡Exactamente eso es una propiedad! La tenencia de la nada es algo con lo que nacemos e invariablemente morimos; es como el aire que robamos de la atmósfera cada segundo. Al mismo tiempo perdemos el lugar sobre el cual estamos parados, es decir, dejamos de ser parte de algún lugar. ¿Y eso en qué nos transforma? En una especie de embriones cuyo principio se vuelve a establecer para que el final sea épico. ¿Y cómo? Créame, no ser recordado es también una hazaña; una hazaña de la que pocos salen bien librados. ¿O bien olvidados? 

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